“Padre,
perdóname porque he pecado de pensamiento, palabra, obra y omisión…”
No somos seres perfectos, pero si
perceptibles! Y esta cualidad de mejora constante pasa por la capacidad de
comprender que ninguna acción que ejecutamos (o que no ejecutamos) incluyendo,
el pensar y el hablar, deja de tener consecuencias en nosotros mismos y en nuestros
semejantes, aún aquellos que ni siquiera conocemos o estén separados por kilómetros
de distancia nuestro.
Desde el punto de vista cuántico (subatómico)
pecar no es más que utilizar y dirigir incorrectamente
(nótese que no coloco “negativamente” o “malamente”) el inmenso regalo de
energía cósmica con el que nos dota el Universo cada día.
Cuando contribuimos a la vergüenza o
corrupción de otras personas por comodidad, temporal conveniencia, apatía o indiferencia,
estamos “pecando por omisión”. Cuando deseamos el mal a otros, envidiamos,
juzgamos o enjuiciamos lo hacemos de “pensamiento”. Si esparcimos chismes o
murmuraciones o le prestamos atención a quien los esparce, maldecimos o nos
quejamos entonces se trata de un “pecado de palabra” y por supuesto si actuamos
voluntaria o inconscientemente de forma no ecológica causando daño a cualquier
manifestación de vida del planeta, estamos “pecando de acción”
En todas estas variantes de “pecado” lo que
hemos estado haciendo es utilizar incorrectamente nuestra energía, al no
dirigirla hacia una finalidad que contribuya con la mejora del mundo (el
nuestro y el ajeno). Vivimos y coexistimos en una realidad dimensional regida
por los principios de la physis y la psiquis, ósea bajo leyes físicas y
espirituales, dentro de las cuales se encuentra la famosa “ley de causa y
efecto” o “karma” como se ha vuelto popular conocerla.
De allí que el pecado, más allá de su
connotación moral, ética o religiosa (concepto de bien o mal), es experimentar
en el laboratorio de la vida con un inmenso poder para el cual no nos hemos
preparado para manipular; nuestra propia energía!
Practicar la “impecabilidad” en nuestra forma
de pensar, hablar y actuar nos permite, mediante nuestra cualidad de
perfectibilidad, lograr una mejora sistemática desde nuestra esencia básica que
termina por influenciar benéficamente en lo externo todo nuestro entorno.
Hagamos un correcto uso de nuestra energía y
eso bastará para “alejarnos del pecado”
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